Agro-ecología






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Extraordinaria explicación acerca de la verdadera agronomía. La diferencia con los "campos drogadictos".



ING. AGR. EDUARDO CERDÁ:
AGROECOLOGÍA EXTENSIVA

(Discurso en la Cámara de Diputados de la Nación, 6 set. 2016)


https://www.youtube.com/watch?v=9mtNv7T32Ik&app=desktop



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Agricultura sin plaguicidas sintéticos


Este libro concentra información seleccionada, del universo bibliográfico disponible, para el cultivo agroecológico y orgánico argentino de frutales, viñedos y hortalizas de calidad. El propósito del autor y sus colaboradores es proporcionar conocimientos técnicos para lograr una agricultura sin plaguicidas de síntesis químico-industrial.
https://inta.gob.ar/documentos/agricultura-sin-plaguicidas-sinteticos?fbclid=IwAR1Id9-4MDE-6S_MAvosToY1OecTXpD_OW0b6WyVSMiukNzwYz7ugBLB-Fw
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https://www.lavaca.org/mu135/volver-de-la-muerte-damian-pettovello-ingeniero-agronomo-de-lincoln/


Volver de la muerte: Damián Pettovello, ingeniero agrónomo de Lincoln


Llegó a ser asesor máster de Bayer y dice que fue un “talibán del glifosato”. Cuando empezó a entender que el eje de su trabajo era matar, entró en crisis. Le detectaron un cáncer. Hoy es un educador agroecológico en 15.000 hectáreas. Las corporaciones desde adentro. La mentira de las “buenas prácticas agrícolas”, y cómo regenerar la vida. POR SERGIO CIANCAGLINI
La historia de Damián Pettovello indica que nació en 1971, y renació en 2015.
Es ingeniero agrónomo. Fue asesor privado de productores agrícolas, y evaluador de productos de las empresas multinacionales emblemáticas de los agronegocios. O sea: un profesional exitoso, y hasta el rostro que Bayer mostró para difundir la eficiencia con la que actúan sus pesticidas.
Pero en enero de 2015 lo operaron dos veces de una especie de lunar que había aparecido en su panza y día a día, duda a duda, cambiaba de forma, de marrón y de profundidad.
Diagnóstico: no era un lunar sino un melanoma. Cáncer. Células que se replican para matar.
En aquel enero quirúrgico, además, tuvieron que destaparle las arterias con una angioplastia y colocarle tres stents porque la circulación estaba bloqueándose, y el corazón de Damián no lograba hacer bien lo suyo.
Percibió un tercer fenómeno inesperado, en los ojos: veía cada vez mejor lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Observaba desde otra perspectiva, y con asombro, en qué consistía ser un símbolo de éxito.
Dice hoy que en realidad fue un “talibán del glifosato”. Cuando ese mundo se le hizo evidente, cuando superó el abismo oncológico y los bloqueos arteriales, Damián Pettovello renació de muchas maneras.
Su profesión, sus días y sus sueños fluyeron hacia otro esquema de producción, con un proyecto tal vez inusual: replicar la vida.

Árbol mea perro

Llegó al mundo el 23 de mayo de 1971 a bordo de un curioso país llamado Argentina y vivió siempre en Lincoln, provincia de Buenos Aires, ciudad en la que hoy habitan 28.000 almas. Su padre fue empleado del Banco Provincia durante el día, de una secadora de granos por la noche y, sobre todo, apicultor. Damián tiene dos hermanos, uno mellizo, y desde chico salió a recorrer el universo de Lincoln cabalgando en bicicleta: “Siempre fui medio buscavidas. Repartíamos con mi hermano una revista que salía los sábados, vendíamos unos pasteles exquisitos que hacía una vecina, y fruta de la chacra de mi abuelo: pomelos, naranjas, higos. En realidad los higos me los comía yo. Barrí veredas, limpié vidrios, pero sobre todo ayudé a mi viejo con las colmenas. Y cuando terminé el secundario, me fui a La Plata”.
Estudió Agronomía. “No teníamos tierra, pero el campo era el entorno en el que me había criado. Me gustaban la biología y la naturaleza”. Trabajó como ayudante de alumnos, fue pasante en un ministerio y egresó en 1998 con uno de los seis mejores promedios de la Facultad. Supe el dato por Internet y no por Damián, a quien acaso le dé pudor contar esas cosas.
Dice: “Hice la carrera como todos, aprendiendo qué formulaciones se utilizaban para matar plagas y malezas. Ese era el enfoque. No hablábamos de biología, de especies, sino de productos y dosis. Para mí era lo normal”.
Al salir de la facultad lo normal era buscar trabajo, porque además se había casado con la novia de toda la vida, Mariana Ciriello, odontóloga, y había hecho su aparición en escena Ceferino (hoy 21 años, el mayor de los tres hijos que ha tenido la pareja, seguido por Francisco, 12, y Serena, 8).
“Un colega me dio trabajo en Lincoln, pero duró poco. Era 1999. En los campos no te contrataba nadie. Salí a buscar en las agroquímicas: Basf, Novartis. Conseguí trabajo con una empresa vinculada a Dow en la parte de asistencia técnica a los productores. El objetivo era que la empresa vendiera pesticidas”. En 1996 el menemismo vía Felipe Solá (secretario de Agricultura) había aprobado la soja transgénica en base a un informe de Monsanto, que ni siquiera se tomaron el trabajo de traducir. Los Monsanto Papers (monsantopapers.lavaca.org) y los juicios en Estados Unidos demuestran hoy cómo la multinacional manipulaba esos trabajos pseudo científicos.
Comenzó a trabajar como asesor. Pasó el estallido de 2001, empezaba a soplar fuerte el viento de cola transgénico, y el gobierno de Eduardo Duhalde pesificó las deudas: “Muchos del agro estaban fundidos pero ahí se acomodaron. Deberían tener estampitas de Duhalde y Remes Lenicov”.
Recuerda Damián: “El modelo empezaba a colocar en la cabeza de todos el término ‘empresario’. Eso le gustó al chacarero, agricultor o productor. Se sintió parte del sistema. Pero como venía toda la novedad del paquete tecnológico de agroquímicos para poder hacer transgénicos, ese empresario contrataba a un ingeniero agrónomo como asesor para que tomara las decisiones. Confiaban en que uno no iba a hacer macanas. Hoy creo que les hacía el cagadón de la vida, sin saberlo, pero como había ganancias a nadie le importaba. Y se invirtieron los roles: en lugar del dueño, el tomador de decisión pasó a ser el asesor, que es parte de los recursos del sistema”.
Reflexión: “En el país muchas cosas son así: el árbol mea al perro”.

La cara de Bayer

En esa primera década del siglo, otros propietarios de campos arrendaban sus tierras a sojeros o a pooles de siembra que a su vez contrataban asesores mientras el viento traía dólares para todos. Los campos se iban vaciando de gente. Los técnicos mataban todas las malezas resistentes. O casi.
Había resistencias de otro tipo en los pueblos fumigados, o en las alarmas que encendían los médicos rurales que denunciaban el crecimiento del cáncer, los abortos a repetición, las malformaciones de recién nacidos.
Damián: “Ni me enteraba. Yo estaba en un frasco. No sabía nada de Andrés Carrasco (el científico vituperado por ambos lados de la grieta por revelar públicamente los efectos del glifosato), ni de las denuncias contra Monsanto. Yo no creía estar haciendo nada mal, al contrario, era reconocido. Trabajé para Dupont, Syngenta. Me contrataban para hacer ensayos de evaluación de semillas, y también de pesticidas, herbicidas, fungicidas que se desarrollaban para matar todo lo que no fuese transgénicos. Y me iba muy bien”.
Venía de haberle comprado su casa a un vecino de Lincoln según la vieja usanza: de palabra. Muy pronto pudo pagarla con los ingresos cada vez más abultados que le llegaban. “Viajé a donde te imagines: Estados Unidos, Brasil, Cuba, recorrí buena parte de Europa, y no me alteraba en nada la situación económica”.
La relación con Dow Agrosciences: “Había hecho un laburo del insecticida marca Coragen con el principio activo clorantraniliprole. Me contrataron luego para dar unas charlas. Claro, era un mero multiplicador de ganancias para la empresa. Me invitaron a Estados Unidos, a la Universidad de Delaware, y estuve en el museo de Dupont donde pude ver que el origen de la empresa fue la guerra, como fabricante de pólvora y explosivos”. Su amigo desde la época de la Facultad, Facundo Alvira, era el gerente de marketing de Dupont.
Continúa la foja de servicios: “Estaba entre los llamados Asesores Master de Bayer (laboratorio y empresa alemana de agroquímicos que más tarde, en 2018, compró a Monsanto en 63.000 millones de dólares). Me invitaron a Alemania. Yo no veía la realidad. O hacía una negación. Era exitosísimo a nivel profesional y económico. Llegué a una situación que nunca imaginé”.
Uno de los productos de Bayer ensayados por Damián tiene también nombre bélico, Percutor, un herbicida que se agrega al glifosato. Un video promocional de Bayer muestra al propio Damián diciendo acerca de los efectos del pesticida sobre las malezas: “Tuvo un muy buen control: la que no mató, la dejó totalmente suprimida. Realmente no sufrimos competencia este año de rama negra en las parcelas en las que se aplicó Percutor”.
El Damián Pettovello que está en ese video de 2013 es muy distinto al que habla ahora: tenía un aspecto rígido, tecnocrático y cool al mismo tiempo, con esa jerga agromilitar que tanto excita a quienes sin embargo promocionan la llamativa idea de que los venenos no son venenosos: el árbol y el perro.

La resistencia del cuerpo

El trabajo de Damián Pettovelllo se hacía más intenso: “Había más resistencias, más malezas, y cada vez había que aplicar más dosis. Yo era capaz de duplicar la dosis si no me funcionaba lo que decía el laboratorio. Y eso era elogiado. ‘Mirá qué bueno lo que hace el flaco este’. Y te promocionaban por todos lados para hacer lo mismo: exterminar, barrer con todo, garantizar la rentabilidad. Pero la verdad es que el productor no ganaba. Los únicos que ganan siempre, seguro, son los fabricantes de agroquímicos”.
Terminaba 2014 y empezaba 2015: “Soy un agradecido a la vida porque me dio capacidad de observación, entre otras cosas. Todo esto me venía haciendo ruido. Un día fui al campo y me empezó a doler el estómago. Miré alrededor y me di cuenta de que lo único que estaba haciendo era matar plantas, matar insectos, matar y matar. Me tuve que ir. No me sentí bien. Era una angustia. Era pensar: ¿qué estoy haciendo? Y al mismo tiempo Mariana, que es la mejor compañera que me pudo tocar en la vida, me decía: ‘tenés que hacerte ver eso’, por lo del lunar que no era un lunar. Todos los médicos después me decían: le debés la vida a tu señora”.
El melanoma fue totalmente extirpado en dos intervenciones. “Pero lo peor fue cómo me pegó todo en el alma. Antes de saber lo del cáncer, aquel día en el campo, entendí que durante años había estado haciendo mucho daño. A mí no me gusta hacerle daño a nada ni a nadie. Entré en una crisis muy profunda. El proceso recién había comenzado”.
Podría pensarse que el modelo productivo actúa con la naturaleza como si fuese un cáncer al que hay que extirpar. Y al hacerlo, se convierte en cancerígeno. Y podría pensarse también que la última resistencia al modelo son los cuerpos, cuando enferman y encienden alertas, cuando tantas veces expresan con un cáncer o con otras desventuras que las cosas no están funcionando.
En medio de lo del melanoma, le realizaron la angioplastia. En esa oscuridad, Damián llamó a Facundo Alvira, de Trenque Lauquen: “Amigo, no puedo seguir más. Dejo esto. No sé qué hacer”. Facundo percibía sus propios ruidos en relación al trabajo en el planeta del agronegocio. Poco después, en marzo, le detectaron cáncer a su esposa. “Fue el mismo día que la OMS (Organización Mundial de la Salud) clasificó como posiblemente cancerígeno al glifosato”, recordó Facundo en la MU 127 (Infiernos & paraísos).
Dos winners se encontraron así en estado de angustia, incertidumbre y desorientación, oficios muy extendidos en estos tiempos. Damián y Facundo habían sido alumnos, en la materia Cereales, de Santiago Sarandón, quien luego creó la primera Cátedra de Agroecología del país en la Universidad de La Plata. Facundo: “Yo ni sabía qué era la agroecología. Me reuní con Sarandón, me contó el concepto, me habló de transiciones, leí el libro Suelo, hierba, cáncer de André Voisin, y entendí todo”.
Retoma el relato Damián: “Vino Facundo, me contó la charla, y dijimos: este es un camino. Me puse a buscar, a leer, a estudiar. Empezaron a aparecer las respuestas. Yo vivía en un frasco, y se rompió el vidrio”.
Damián y Facundo habían entendido el pasado a los golpes, pero faltaba decidir qué hacer con el futuro.

A mí no me corran

El hombre que por la enfermedad y la tristeza estaba a punto de dejar la actividad agraria, volvió a los campos con un proyecto curativo. Hoy Damián y Facundo trabajan unas 15.000 hectáreas de 10 productores en sus respectivas transiciones del modelo convencional al de agroecología en Lincoln, Trenque Lauquen, Punta Indio, Córdoba, La Pampa y Entre Ríos. No tienen campos propios, alquilan para producir mientras restauran el campo, o trabajan en campos que los contratan para volverse agroecológicos.
Rechaza una palabra: “Antes era ‘asesor privado’: privado de la sociedad. Ahora somos educadores en agroecología. No vamos a tomar decisiones o proponer recetas, sino a acompañar al productor para que decida por él mismo”.
Crearon además Tekoporá, voz guaraní que tiene que ver con el buen vivir colectivo, la belleza, el bien, la cultura. Es un proyecto agroecológico con 56 hectáreas en Trenque Lauquen y 36 en Lincoln, que busca mostrar, contagiar, producir: “Primero, estamos contentos. En lo productivo, vemos que es rentable para el que produce, con mucha menor exposición al riesgo económico y financiero que antes. Nos cierra por todos lados”. La ganancia inicial: eliminación de costos en pesticidas y fertilizantes químicos.
¿Eso es la agroecología? “No es solo lo productivo. Es una forma de vida que promueve el bien común para ser socialmente justa y que tiene que ser económica y financieramente viable. Y regenerativa del suelo, al revés que el sistema actual que es degenerativo, porque se lleva puestos a los recursos y a las comunidades. Estamos ante un vaciamiento de los sistemas de vida, entonces lo agroecológico es algo que viene a replicar lo vivo, y eso te conecta también con la soberanía alimentaria, tecnológica y energética. Y con el respeto”. El proyecto Tekoporá incluye granos, ganado, monte frutal, gallinas: diversidad funcionando.
En términos prácticos se trata de diseños de los campos con diferentes cultivos para recuperar los suelos arruinados y degradados por el agronegocio. “Son consociaciones de distintas especies, gramíneas, leguminosas, todo otro estilo de trabajo donde las malezas dejan de serlo, y cumplen un rol para lograr la cobertura y el cuidado del suelo, para nutrirlo. Del suelo sano nacen plantas sanas y salís de un paradigma de escasez a uno de abundancia. En las consociaciones cada especie tiene su función y su complementariedad. Y entendés algo: en la vida triunfan los que se asocian”.
Primer síntoma de éxito del proyecto, mientras recorremos Santa María, campo de 335 hectáreas de Julián Amorin (que hasta hace poco era arrendado para soja transgénica): el regreso de los pájaros. Hay un conjunto de plantas que lograron resistir a los agrotóxicos: rama negra, amaranto, escoba dura, sorgo de Alepo, raygrás, yuyo colorado. “Acá no molestan”.
Damián describe: “Vivo bien, gano menos que antes, pero preciso menos, y estoy mucho mejor. Es otra vida. Yo no veía. No entendía que era un modelo enfermo. Me hago cargo. No lo digo con vergüenza sino con pena porque sé que hice mal. Fui parte de una gran mentira sin darme cuenta. Fui estafado, y colaboré con la estafa. Si alguien me quiere matar por eso, pediré disculpas y trataré de que no lo hagan. Pero hay que transmitir la verdad”, dice este ingeniero que tal vez sea una de las pocas personas que puedan simbolizar la idea de arrepentimiento como un gesto de sinceridad y reparación, y no como simulacro mediático y judicial.
Desde dónde hablar: “Los que venimos de los agronegocios estamos en un lugar particular: sabemos de lo que hablamos. Yo sé lo que provoca un producto. A mí no me pueden engañar diciendo que no es tóxico. Trabajé para ellos y fui el que evaluó esos productos. En aquel momento no entendí el alcance de lo que hacía. Pero hoy sí que lo entiendo: a mí no me corran”.
¿Se puede hacer una relación causa-efecto entre el trabajo con agroquímicos y el melanoma? “No es que yo digo ‘tuve un melanoma por usar esos productos’, hoy no lo puedo probar. Pero creo que el cáncer fue una manifestación de haber convivido con eso. Tal vez mi organismo sabía internamente lo que yo no entendía racionalmente. El cuerpo me dice sin dudas que lo que me pasó es una cuestión relacionada con el trabajo que hacía”.
En Estados Unidos personas afectadas están ganando juicios contra las corporaciones de agrotóxicos. “Yo no haría un juicio. La plata no me moviliza. Pero sí pienso en campañas para que todos sepan lo que genera esto. Eso sí, tengo muchas ganas de hacerme el estudio de determinación de tóxicos en sangre porque estoy convencido de que estoy hasta las muelas”.


Las BPA no existen

Damián ya no es aquel percutor rígido que mostraba Bayer, sino un tipo entusiasta, rodeado de libros y proyectos, que reconoce: “Mis hijos dicen que me río más”. Tomó una decisión drástica: “No miro más televisión ni leo diarios. Sigo con las redes sociales, y en todo caso busco lo que me interesa. De lo que me tenga que enterar, ya me enteraré”.
Cree que la sociedad argentina está sometida a una especie de experimento masivo que llama infoxicación: “Los medios te intoxican, y te volvés tóxico”. Escucha programas de folklore. Sin renegar de Larralde, se ha enganchado con Nahuel Pennisi, el joven ciego que coloca la guitarra boca arriba y la toca como si fuera un piano cuando canta, por ejemplo, Oración del remanso.
En lugar de televisión, Damián se dedica a leer libros sobre alimentación, biología, suelos, bacterias, fertilidad, desarrollo: “Todos hablan de crecimiento pero se olvidan del desarrollo. Crecer es acumular, siempre en manos de unos pocos. En biología, crecer es aumentar el número y el tamaño de las células, pero desarrollo es cambiar los tejidos, las estructuras, las relaciones. El crecimiento lleva a tasas de consumo insustentables, superiores a la tasa de restauración o recuperación del planeta. ¿Qué sentido tiene tener tres autos o cuatro televisores, cambiar de celular cada 6 meses o pensar que inclusión es consumir, más que lograr dignidad de la vida? Estamos en un sistema que a todo le pone precio, y se pierde de vista el valor”.
Los defensores del modelo plantean que el problema con los venenos ocurre si no se aplican las llamadas Buenas Prácticas Agrícolas. Damián se alarma: “¿Cómo? ¿No era inocuo? Las Buenas Prácticas Agrícolas no existen. Lo que están haciendo es sacar al tóxico de la discusión, y decir que la culpa es de las personas que lo usan. La única buena práctica agrícola es la agroecología”.
El presidente Mauricio Macri dijo en Entre Ríos que había que permitir las fumigaciones que un fallo judicial prohibió cerca de las escuelas: “Me dio asco y pena escuchar que un presidente diga semejante barbaridad”.
Cree Damián que el sistema agroindustrial no da respuestas: “Se está cayendo a pedazos y muestra una expresión cada vez más agresiva de sí mismo. Por eso se habla de ecocidio en esta época. Los seres humanos estamos precisando otro tipo de respuestas que esta gente no puede dar”. La opción para él es agroecológica: “Porque tiene una dimensión de justicia y de ética. La agroecología propone que haya más tierra en manos de más gente. Admitiendo mi ignorancia en el tema, te diría que se podrían trabajar tierras fiscales, y lograr que los poseedores de tierras que no las usen vendan una parte, para que el Estado, sin hacer expropiaciones, las venda financiadas a familias que trabajen el campo y generen verdadero desarrollo”.
Todo eso implica un debate político. “Pero la clase política no está a la altura. El sistema representativo termina en la elección y en los egos. Elegís a personas que se supone que deberían ser responsables de sus actos, pero que al final se llevan puestas a grandes partes de la sociedad. Los elegís para que te representen y te defiendan ante otros poderes más grandes y hacen al revés: de nuevo, el árbol mea al perro”, dice riéndose.
Cuenta lo que sí le da ilusión: “Veo movimientos en la sociedad que vienen de abajo, ideas sobre cómo producir y cómo vivir. Cuando yo estaba en el modelo no se hablaba como ahora de estos temas, y eso es lo que hay que aprender a escuchar” dice el ingeniero Pettovello. Reconoce que desde que se fortaleció con lo que no lo mató, desde que salió del frasco buscándose a sí mismo, ha podido cultivar un proyecto personal y necesariamente consociado que, con un poco de pudor, informa del siguiente modo: “Volví a ser feliz”.


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Productos orgánicos: una demanda global ¿que el país ya suple?




El consumo de estos alimentos crece de forma constante en el mundo; la Argentina, que ya tiene ganado su prestigio como el segundo país que los produce y exporta, apuesta a diversificar su oferta avanzando en nuevos campos con planes de capacitación, financiamiento y promoción
https://www.lanacion.com.ar/2178160-productos-organicos-demanda-global-pais-suple
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Un mundo sin agroquímicos

Hace 30 años, mientras fumigaba, un agricultor de Benito Juárez se preguntó por qué su tierra se desmembraba después de rociarla. En ese entonces casi nadie se hacía esas preguntas. Hoy, a sus 73 años, Juan Kiehr es un símbolo de resistencia orgánica y de cultivo biodinámico reconocido por las Naciones Unidas. ¿Cómo es enfrentarse, casi solo, al imperio de los agroquímicos? 

Por Franco Spinetta / Fotos de Sebastián Pani 
Principios de los años 90. Juan Kiehr está sentado en su sembradora, equipado con la última tecnología de semillas de girasol modificadas genéticamente y dispuesto a rociar varias de las 650 hectáreas de su campo familiar en Benito Juárez, al sur de la provincia de Buenos Aires. El herbicida preemergente que descarga desde la máquina va cayendo como una lenta neblina sobre la tierra, sin dejar más rastros que un potente aroma. Pero algo no le cierra. Contempla el entonces comportamiento del suelo y compara las zonas fumigadas con las demás que quedan libres. Y observa, por ejemplo, que la tierra fumigada se desmiembra, se convierte en volátil. "¿Esto es realmente bueno? ¿A qué lo llevan a uno?", se pregunta, sin la menor idea de la dimensión que tomaría su respuesta. 
Treinta años después de aquel cuestionamiento puramente intuitivo, su tierra está completamente libre de agroquímicos. Y su chacra agroecológica -llamada La Aurora- es un ejemplo: un faro en este lío llamado campo, tan atravesado por lobbies y dinero. Mucho dinero. Juan resiste con paciencia y orgullo, aunque sin resignar producción: su campo anda, y muy bien. Sabe que así está desafiando a todo un sistema que le dice que haga exactamente lo contrario, que entregue su tierra al mandato del combo siembra directa-fertilizantes-herbicidas. 
Llegar a La Aurora es como adentrarse en la campiña bonaerense. Amplias lomadas que interrumpen la llanura. Alguna serranía que aflora a lo lejos, piedras, flores y sembradíos completan el paisaje. La casa principal está rodeada de muchos árboles, frutales que emanan azahares y todo lo onírico de la vida campestre. Perros, gatos y una adorable salamandra a leña que despierta sentimientos ancestrales. 
Juan es alto. Su rostro y sus manos tienen las arrugas bien ganadas de los 73 años que lleva de vida. Sus ojos son de un color celeste bien profundo. Su vitalidad es asombrosa. Habla despacio, en paz y con un acento marcado por su ascendencia danesa: en su casa de la infancia no se hablaba otro idioma. 
Lo primero que dice antes de emprender una recorrida por su chacra es que él no quiere que nadie lo malinterprete: "Yo hago esto porque no quiero producir alimentos envenenados". La sentencia tiene toda la potencia necesaria para comprender por qué este hombre ha dedicado su vida a encontrar otro modo de cultivar la tierra, a contramano del modelo de desarrollo que fue adoptado por el campo argentino. 
Según la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes, en los últimos 22 años el consumo de pesticidas aumentó un 858% en la Argentina. En 1996 -cuando se introdujo la siembra transgénica- se utilizaban de dos a tres litros de glifosato por hectárea sembrada. Hoy, el promedio está en 15 litros por hectárea. En zonas menos productivas, como Santiago del Estero, se llegan a utilizar 25 litros de glifosato para apuntalar la cosecha. 
De las 650 hectáreas, Juan utiliza 400 para agricultura y unas 150 para pastoreo de animales. El resto son inundables. El emprendimiento es mixto y su fuerte es la cría de ganado en pie. No hace siembra directa y rota los cultivos. En los intervalos deja crecer una millonada de tréboles que dibujan un paisaje atípicamente poético. Y muy útil: los tréboles generan naturalmente en el suelo el nitrógeno que los demás productores buscan potenciar con fertilizantes. 
"Las tierras acá en la Argentina son muy fértiles, muy buenas, pero es muy importante darles un descanso de dos, tres y hasta cinco años con pastura, hacerlas producir como ganaderas y después volver a producir agricultura", cuenta. 
Hace 30 años, mientras fumigaba, un agricultor de Benito Juárez se preguntó por qué su tierra se desmembraba después de rociarla. En ese entonces casi nadie se hacía esas preguntas. Hoy, a sus 73 años, Juan Kiehr es un símbolo de resistencia orgánica y de cultivo biodinámico reconocido por las Naciones Unidas. ¿Cómo es enfrentarse, casi solo, al imperio de los agroquímicos?
  • Puede dejar descansar hasta cinco años la tierra.

Fe en la biodinámica 
Juan señala un amplio rectángulo de tierra arada donde se ven unas varas de metal incrustadas en el suelo, separadas a un metro de distancia. Allí revela un término clave en La Aurora: biodinámica. "Ahí donde están esas estacas clavadas hay cuernos con bosta", dice, enigmático, generando suspenso. "Suena esotérico, ¿no?", bromea. Y luego explica la pócima: "Hay que conseguir cuernos de vacas que hayan tenido cría. Y la bosta que se pone adentro debe ser de vacas preñadas. Se entierra a 40 cm y se deja todo el invierno". Una vez cumplido el ciclo, Juan desentierra el tesoro y lo mezcla en una cisterna de agua con un molinito, para luego esparcirlo en la tierra. "Es un vivificante natural, un método homeopático muy sutil", agrega. 
¿Juan Kiehr desafía la eficacia de los fertilizantes con cuernos de vaca y bosta? Así parece. Abrazó la biodinámica luego de que se contactara con otro personaje esencial en esta historia: el ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá, el hombre que lo acompaña y aconseja desde hace más de 25 años. "La biodinámica es una ciencia que tiene la naturaleza en el centro: el suelo, las plantas, la tierra y el hombre. No hay nada aislado, todo está relacionado: la luna y los planetas. Uno debe cuidar el suelo, que se lo considera realmente un organismo vivo. El gran desafío para un agricultor ecológico es tener un suelo biodinámico", señala. 
El secreto, amplía Juan, es entender que las plantas asimilan todo a través del agua y por la fuerza del sol. Los agricultores biodinámicos sostienen que el nitrógeno agregado artificialmente al suelo crea un desequilibrio en la planta: las hace más débiles, más dependientes. Aquí no todo es producir, producir y producir. 
Hace 30 años, mientras fumigaba, un agricultor de Benito Juárez se preguntó por qué su tierra se desmembraba después de rociarla. En ese entonces casi nadie se hacía esas preguntas. Hoy, a sus 73 años, Juan Kiehr es un símbolo de resistencia orgánica y de cultivo biodinámico reconocido por las Naciones Unidas. ¿Cómo es enfrentarse, casi solo, al imperio de los agroquímicos?
  • "Yo creo que nadie que explota su campo con agroquímicos lo hace por mala intención"

Eduardo se cruzó por primera vez con Juan en el año 90, justo cuando Juan comenzaba a cuestionarse a sí mismo por el uso de los herbicidas. Había sido convocado por la Sociedad Rural Cooperativa de Benito Juárez para asesorar a un grupo de productores. En el año 97, Eduardo hizo un clic tras realizar un posgrado en Agroecología en la Universidad Nacional de La Plata. Empezó a pensar cómo encarar la producción desde otro enfoque, alejado del que entonces ya se proponía con el desembarco de la soja y su paquete tecnológico basado en el uso del glifosato. 
"Juan es una de las personas más nobles que conozco", dice y enseguida añade que la agroecología es, en realidad, una forma de "volver a pensar". "Este método de producción es vocacional, vender agroquímicos no tiene nada de vocación", enfatiza Eduardo. 
En el año 2015, el caso de Juan tomó dimensión mundial. La Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, según su sigla en inglés) eligió La Aurora como uno de los 52 establecimientos modelo en producción agroecológica de cereales y carne bovina. Eduardo le había enviado a la FAO todo el material que habían investigado en el campo de Juan. "Fue una alegría inmensa y todavía no salimos del asombro. todo el tiempo nos llegan noticias de que lo toman de ejemplo en otros lados". Hace poco le contaron que en un congreso de agroecología que se llevó a cabo en Costa Rica, Juan aparecía citado en un video que produjo Greenpeace. 
Eduardo toca un tema sensible para el agro argentino, el quid de la cuestión que desvela a ingenieros, economistas y chacareros: el rendimiento y los costos. "Lo que estamos viendo en La Aurora son rendimientos por encima de los vecinos. Igual o mejores. Y con un costo económico muy bajo: US$ 150 por hectárea de trigo contra 300/400 para los mismos rendimientos". 
¿Cómo es que sucede esto? Simple: Juan no echa agroquímicos. No solo cierra la ecuación ecológica, sino también la económica. Explica Eduardo: "El trigo duplicó su valor, pero los costos se cuadriplicaron. ¿Por qué ciertos herbicidas son carísimos? Porque los que los necesitan los van a pagar. Y cada vez necesitan más porque las malezas son más resistentes". 
La máxima que aplican en La Aurora, en cambio, es: "Si no necesitás ningún remedio es porque estás sano". El campo de Juan no sufre las plagas. Las enfermedades foliares -tan caras al resto de los campos argentinos- casi no visitan sus tierras. Y, si aparecen, se aplica una receta: el trabajo. "Para todo hay solución, pero nada es tan fácil como ir y comprar un producto para echarle". 
Queda claro que, en realidad, la opción por la agroecología no presenta un contraargumento económico. Juan lleva una buena vida. Tiene un buen nivel económico, solo una vez pidió un crédito bancario -cuando un tornado le voló gran parte de las instalaciones- y produce igual o más que sus vecinos con menor costo. Quizá, sí, con algo de mayor riesgo: el margen de error se magnifica ante los imponderables de la naturaleza. Dice Eduardo: "La agroecología nos ayuda a pensar, la podés usar para cualquier eje de vida. Porque, en realidad, es una forma de vida. Y esa es la felicidad máxima". 
Hace 30 años, mientras fumigaba, un agricultor de Benito Juárez se preguntó por qué su tierra se desmembraba después de rociarla. En ese entonces casi nadie se hacía esas preguntas. Hoy, a sus 73 años, Juan Kiehr es un símbolo de resistencia orgánica y de cultivo biodinámico reconocido por las Naciones Unidas. ¿Cómo es enfrentarse, casi solo, al imperio de los agroquímicos?
  • Kiehr rota los cultivos y combina su producción de vegetales con ganadería de pastoreo.

Tierra adentro 
juan se sube a su chata ford que está a punto de cumplir 50 años en sus manos. Él fue a buscarla a la concesionaria. Arranca y se adentra en su campo, frena en una parcela que están arando y señala un grupo de gaviotas que revolotean detrás del tractor mientras les disputan las lombrices a los chimangos. 
Apoyado contra una tranquera, Juan mira el ganado que cría sin corrales y con un sistema de rotación de pastoreo natural. El feedlot -un método de producción de ganado muy extendido en el mundo y cada vez más en la Argentina- es mala palabra en La Aurora. Aquí, las vacas crecen libres de antibióticos y comiendo pasturas orgánicas. "Lo más gracioso -se resigna- es que en los remates se pide carne de feedlot como si fuera mejor y no advierten la diferencia". 
La Ford remonta una larga lomada y Juan pregunta si vimos alguna vez un campo de tréboles. Atraviesa algunas hectáreas sembradas con trigo, otras con cebada, y estaciona dentro de una superficie acolchonada de tréboles con flores blancas. Toma una pala de la caja de la camioneta y mete una palada profunda: "¿Ves? Esto es lo que genera el humus", dice sonriente mientras señala una lombriz de escala gigantesca. "¡Está gordita porque come bien acá! Si en el campo hay una fábrica de nitrógeno, ¿para qué echar químicos? Es asombroso". 
Juan nació en Tandil y solo hizo hasta primer año de la secundaria. De jovencito empezó a trabajar en el campo de su familia con sus dos hermanos. En aquel momento, lo importante para él era aprender a arar derecho, a hacer todos los trabajos del campo de manera prolija. "A veces me dicen: «Ustedes trabajan a la antigua». Y no, nada que ver. Antiguamente, todo lo que molestara en el suelo se trataba de eliminar con fuego o lo que fuera. Nadie te decía nada de las plantas, cómo funcionaban, nada". 
También cumplía con el mandato familiar de concurrir a la iglesia luterana, donde se congregaba la comunidad danesa. Había llegado un pastor joven, ávido de aventuras, que les propuso a los jóvenes fieles embarcarse en una misión solidaria en el monte chaqueño. Juan no lo dudó. 
Tenía 27 años y era el año 1970. 
Entonces empezó una aventura que le modificaría la vida por completo. Trabajando para la Dirección del Aborigen del Chaco, Juan conoció en profundidad las penurias y los lamentos de las comunidades qom. A bordo de un Siam Di Tella y sin más que unos planos del Departamento General Güemes y una pequeña brújula, Juan y un amigo tuvieron la misión de ubicar en el mapa dónde estaban las colonias de aborígenes. 
Juan montó en esos lugares pequeñas y sustentables explotaciones forestales. "Lo común -señala- era que los que tenían aserraderos entraban a un monte y cortaban todo". Lo poquito que desmontaban lo hacían sacando el árbol de raíz para que después los lugareños pudieran sembrar y seguir comiendo con la cosecha. 
"Teníamos relación con la Dirección del Aborigen. creo que eso nos salvó de que no nos echaran por «subversivos». En Bermejito, estaba la hermana Guillermina, que era bastante de izquierda: un día nos enteramos de que llegó un camión del Ejército y nunca supimos nada más". 
Para la misma época, Erna Bloti había llegado al Chaco desde Suiza para trabajar como enfermera. Erna vio una propaganda en la iglesia que frecuentaba y tampoco lo dudó: quería dedicarse a servir en una causa noble. 
Juan y Erna comenzaron a cruzarse en Castelli, donde las enfermeras tenían unas casitas y los muchachos de la misión iban a comer. Chocolatín va, chocolatín viene, se enamoraron. Y se casaron. La primera hija, Teresa, nació en el Chaco. La segunda, Sara, en Benito Juárez. 
Pero el matrimonio iba y venía de un lugar a otro, sin decidirse. Se les hacía muy difícil abandonar la vida chaqueña, con la que se sentían muy comprometidos. Primero falleció el papá de Juan, luego su madre enfermó gravemente. "Y a mí me parecía que tenía que volver, que me tocaba cuidar a mi mamá. Nos vinimos en el 81. Me costó mucho más readaptarme a Benito Juárez de lo que me había costado adaptarme al Chaco", recuerda Juan. Erna completa: "Para mí el trabajo en el Chaco fue superior a todo lo que viví hasta acá. Fueron los años más felices". 
Ya instalados definitivamente en Benito Juárez, Juan empezó a trabajar otra vez en el campo familiar, como lo había hecho siempre, sin cuestionarse -todavía- los métodos de producción. Pero algún bicho lo había picado en la conciencia. Quizá su paso por el Chaco, el contacto con los aborígenes y su cosmovisión naturalista. Algo lo había conmovido. Pero él no lo piensa tanto y dice: "Capaz, uno ya tiene una predisposición para hacer lo que hace. Lo más lindo para mí es recibir un abrazo o una gratitud". 
Juan lleva una bitácora con el día a día de La Aurora desde que decidió transformar su campo en un emprendimiento agroecológico. Hay fotos, el detalle de cada cosecha y los mensajes que le deja cada visitante. Y recibe mucho. "Siento una gran satisfacción cuando vienen jóvenes que se están formando y no quieren saber nada con los agroquímicos; vienen y me piden las semillas, y yo encantado", dice. 
El caso de La Aurora es conocido en la Universidad de La Plata. Cuando los alumnos terminan la cursada de la cátedra de Agroecología, que está a cargo de Santiago Sarandón, los invitan a Juan y a Eduardo para que den una charla. "Yo les digo a los chicos que no les envidio el mercado laboral con el que se van a encontrar. Los van a llamar para ir a ofrecer porquerías. Salir a visitar los campos para ver qué plaga hay, para echar otra cosa que no va a solucionar el problema", dice Eduardo. 
Juan oscila, con paciencia, entre el desencanto y el optimismo con la misma actitud. Sabe que es una pelea contra un gigante que tiene todos los medios para doblegar cualquier intento de cambio. Recuerda, por si hiciera falta, que la farmacéutica Bayer acaba de comprar por US$ 66.000 millones la empresa dedicada a la comercialización de semillas transgénicas y glifosato, Monsanto. 
Sin embargo, el malestar que le produce esa noticia se rompe cuando comenta que hace poco Eduardo le contó que hay tres emprendimientos de la zona que quieren probar con la agroecología, que se hartaron de la siembra directa y la aplicación de agroquímicos: "El asombro es que de repente venga un ingeniero y les diga que sí se puede producir de otro modo". 
"Es tan lindo saber que yo no hice todo esto de gusto", dice Juan. Y cuenta que también hay un joven productor de Tandil que instaló un molino para trigo orgánico. "Si mi trigo va al montón junto con todo lo otro, ¿para qué lo hice? Aunque me paguen exactamente lo mismo, solo el hecho de saber que va a generar trabajo respetando el principio orgánico.". 

Entre todo ese marasmo de intereses, su ejemplo emerge como sanador. Pero el de Juan no es una prédica ambientalista en el sentido clásico. Hay algo que trasciende, una conexión humana con lo que lo rodea, la sensación de que ha comprendido por qué hace lo que hace y, sobre todo, para qué. No lo explica señalando o culpando a nadie, como un signo más de su bondad a prueba de lobbies: "Yo creo que nadie que explota su campo con agroquímicos lo hace por mala intención, las circunstancias lo fueron llevando. No todos tienen a un agrónomo al lado que les diga lo que me dijo Eduardo a mí: «Esto se puede hacer de otra manera»". 

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MODELOS ECOLÓGICOS Y RESILIENTES DE
 PRODUCCIÓN AGRÍCOLA PARA EL SIGLO XXI 

Clara Inés Nicholls, Miguel A. Altieri

Fuente: http://revistas.um.es/agroecologia/article/viewFile/160641/140511

Agroecología 6: 28-37, 2012

Department of Environmental Science, Policy and Management, University of California, Berkeley, 137 Mulford Hall-3114, Berkeley, CA 94720-3114. E-mail: nicholls@berkeley.edu


Resumen 
La Agroecología ofrece las bases científicas y metodológicas para las estrategias de transición a un nuevo paradigma de desarrollo rural. La base cultural, social y productiva de este nuevo paradigma radica en la racionalidad etnoecológica de la agricultura familiar campesina, fuente fundamental de un legado importante de saber agrícola tradicional, de agrobiodiversidad y de estrategias de soberanía alimentaria. Existe otro modelo agrícola alternativo que toma la forma de una agricultura orgánica capaz de producir alimentos con un mínimo impacto ambiental y con una mayor eficiencia energética, sin embargo esta debe ir mas allá de la sustitución de insumos y debe enfatizar los mercados locales y nacionales para potenciar su capacidad alimentaria, desligándose de su dependencia del comercio internacional que la hace susceptible al control de las multinacionales que dominan las esferas de la globalización. Los ejemplos de masificación de la agroecología entre miles de agricultores en Cuba y Filipinas que se basan en el modelo campesino a campesino adoptando métodos de extensión popular, demuestran que el recurso humano y su capacidad de innovación es la piedra angular de cualquier estrategia dirigida a incrementar las opciones para la población rural y especialmente para los agricultores de escasos recursos.

Palabras claves: Agroecología, agricultura campesina, agricultura orgánica 


Summary 
Ecologically based food production systems for thew XXI Century Agroecology provides the scientific and methodological basis for transition strategies toward new paradigms of rural development. The cultural, social and productive basis for this new paradigm resides on the ethonecological rationale of pea snat agriculture, a source of an important legacy of indigenous knowledge, agrobiodiversity and food sovereignity strategies. Organic agriculture comprises another alternative model that produces food with less environmental impact and energy use, but this agriculture needs to transition beyond input subsitution and should emphasize local and national markets in order to realize its food security potential, freeing itself from its dependence on international markets that make it susceptible to the control by multinationals that dominate the globalization circles. The agroecological scaling-up examples from Cuba and the Philippines that emphasize farmer led participation and extension, demonstrate that the human resource and its innovation capacity are the keystone of all development strategies of rural people and especially for resource-por farmers. Key words: Agroecology, peasant agriculture, organic agriculture

Introducción

 La agricultura mundial pasa por una crisis sin precedentes caracterizada por niveles récord de pobreza rural, hambre, migración, degradación ambiental, intensificada por los cambios climáticos y las crisis energética y financiera. El modelo agrícola industrial exportador, la expansión de monocultivos transgénicos y de agrocombustibles y el uso intensivo de agrotóxicos están directamente ligados a esta crisis (Rosset et al. 2006). Existe una urgente necesidad de impulsar un nuevo paradigma agrícola de manera de poder asegurar suficientes alimentos sanos y accesibles para la creciente población mundial, aunque tendrá que hacerse sobre laAgroecología 6 misma base de tierra arable, con menos petróleo, menos agua, nitrógeno y otros recursos, y dentro de un escenario de cambio climático, e incertidumbre económica y social (Rosset et al. 2006). Está claro que el modelo agrícola industrial-convencional y sus cuestionables derivaciones biotecnológicas está agotado y no podrá dar respuestas a este desafío. La Agroecología ofrece las bases científicas y metodológicas para las estrategias de transición a un nuevo paradigma de desarrollo. La base cultural, social y productiva de este nuevo paradigma radica en la racionalidad etnoecológica de la agricultura familiar campesina, fuente fundamental de un legado importante de saber agrícola tradicional, de agrobiodiversidad y de estrategias de soberanía alimentaria. Existe además otro modelo agrí- cola alternativo que toma la forma de una agricultura orgánica capaz de producir alimentos con un mínimo impacto ambiental y con una mayor eficiencia energética. Esta agricultura es más prevalente en Europa, Australia, Estados Unidos y un sector creciente de agricultores más comerciales, muchos en los países en vía de desarrollo ligados a la agroexportación. La agroecología se perfila como la opción más viable para generar sistemas agrícolas capaces de producir conservando la biodiversidad y la base de recursos naturales, sin depender de petróleo, ni insumos caros. Esta agricultura de base agroecológica es diversificada, resiliente al cambio climático, eficiente energéticamente y compone una base fundamental de toda estrategia de soberanía alimentaria, energética y tecnológica.

La agricultura orgánica
La agricultura orgánica se practica en casi todos los países del mundo y se expande cada año tanto en área como en número de agricultores. A nivel global existen más de 25 millones de hectáreas bajo agricultura orgánica certificada, siendo Australia (42%), América Latina (24%) y Europa (23%) las regiones con más tierra arable bajo este estilo de producción. Las estadísticas de Oceanía y Latinoamérica incluyen las pasturas naturales de Australia (10 millones de hectáreas) y Argentina (3 millones de hectáreas). América Latina y Europa concentran el mayor número de agricultores orgánicos, aunque en Asia y África el número de agricultores orgánicos se está incrementando. Cuba es el único país en el mundo que experimenta una conversión masiva a la agricultura orgánica desde la caída del bloque Soviético en 1990 (Funes 2009) La diferencia más importante entre la agricultura orgánica y la convencional radica en que los agricultores orgánicos evitan o restringen el uso de fertilizantes y pesticidas químicos en sus prácticas agrícolas, mientras que los agricultores convencionales pueden usarlos extensivamente (Lampkin 1990). De hecho, muchos agricultores orgánicos utilizan maquinaria moderna, variedades de cultivo recomendadas, semilla certificada, manejo apropiado del ganado, prácticas de conservación del suelo y del agua e innovadores mé- todos de reciclaje de desechos orgánicos y manejo de residuos. Las investigaciones demuestran que el cultivo orgánico usa menos energía fósil, conserva los recursos naturales y la biodiversidad que la agricultura convencional. El no uso de insumos químicos por agricultores orgánicos disminuye los costos de producción, así como la posibilidad de efectos adversos ambientales y a la salud pública, sin necesariamente reducir (en algunos casos los aumenta) los rendimientos de los cultivos y la productividad animal (Lampkin 1990) No hay duda de que la demanda de productos orgánicos se incrementa año a año, pero esta se destina al consumo de una élite que puede pagar un extra precio especialmente en el Norte. En Canadá el mercado orgánico alcanza más de 1,5 billones de dólares al año y a pesar que los productos cuestan 30-40% más que los convencionales la demanda crece al 20% por año. En la medida que los países en desarrollo entran al mercado orgánico global la producción se destina mayoritariamente a la exportación, contribuyendo mínimamente a la seguridad alimentaria de los países. Mientras cada vez más los productos orgánicos se comercialicen como “commodities” internacionales su producción y distribución está siendo controlada por las mismas corporaciones multinacionales que dominan la agricultura convencional. Los negocios locales de productores naturales y las marcas familiares se están consolidando en cadenas nacionales/internacionales. En California por ejemplo cinco grandes operaciones orgánicas controlan la mitad de los 400 millones de dólares que circulan en el mercado orgánico de este estado. La empresa gigante de lácteos Horizon es una corporación de 127 millones de dólares que controla el 70% del mercado de leche orgánica. Los agricultores orgánicos son cada vez mas inundados por pletóricas de anuncios de plaguicidas biológicos de alto costo, compostas comerciales, enemigos naturales criados en insectarios comerciales, extractos vegetales todos en venta por grandes compañías agroquímicas, etc manteniendo a los agricultores dependientes de tecnologías externas (Guthman 2004 ). El agronegocio influencia la agricultura orgánica, sus estándares, su dinámica inter-sectorial y las prácticas agronómicas y crea condiciones típicas de la agroindustrialización que minan la habilidad de los agricultores a practicar formas realmente alternativas de agricultura sustentable.

La conversión al manejo orgánico 
El proceso de conversión de sistemas convencionales monocultivos con alta dependencia de insumos externos a sistemas diversificados de baja intensidad de Modelos ecológicos y resilientes de producción agrícola para el Siglo XXI 31 manejo es de carácter transicional y se compone de tres fases (Altieri y Nicholls 2007b): 1. Eliminación progresiva de insumos agroquímicos mediante la racionalización y mejoramiento de la eficiencia de los insumos externos vía estrategias de manejo integrado de plagas, enfermedades, malezas, suelos, etc. 2. Sustitución de insumos sintéticos por otros alternativos u orgánicos 3. rediseño diversificado de los agroecosistemas con una infraestructura diversificada y funcional que subsidia el funcionamiento del sistema sin necesidad de insumos externos sintéticos u orgánicos. A lo largo de las tres fases se guía el manejo de manera de asegurar los siguientes procesos (Altieri 1995 y Gliesssman 1998): · aumento de la biodiversidad tanto sobre como debajo del suelo · aumento de la producción de biomasa y el contenido de materia orgánica del suelo · disminución de los niveles de residuos de pesticidas y la pérdida de nutrientes y agua · establecimiento de relaciones funcionales y complementarias entre los diversos componentes del agroecosistema · optima planificación de secuencias y combinaciones de cultivos y animales, con el consiguiente aprovechamiento eficiente de recursos locales La mayoría de las prácticas que promueven los entusiastas de la agricultura sustentable caen en las fases 1 y 2. Aunque estas dos fases ofrecen ventajas desde el punto de vista económico al reducir el uso de insumos agroquímicos externos y porque tienen un menor impacto ambiental, estos manejos dejan intacta la estructura del monocultivo y no son conducentes a que los agricultores realicen un rediseño productivo de sus sistemas. En realidad ambas fases contribuyen poco para que los agricultores evolucionen hacia sistemas alternativos autorregulados. En la mayoría de los casos el MIP se traduce en “manejo inteligente de pesticidas” ya que consiste en un uso más selectivo de pesticidas de acuerdo a umbrales económicos pre-establecidos pero que las plagas usualmente superan bajo condiciones de monocultivo. El énfasis esta en el uso insumos biológicos que pueden ser adquiridos, como el Bacillus thuringiensis, un insumo microbiológico ampliamente aplicado en lugar de los insecticidas de origen químico, y comercializado a través de grandes laboratorios químicos con marcas como Dipel® y Javelin®. La substitución de insumos es un enfoque tecnológico, y conserva la misma mentalidad del factor limitante que ha dirigido la investigación agrícola convencional. Los agrónomos agrícolas han sido instruidos por generaciones con la “ley del mínimo” como dogma central. De acuerdo con este dogma, siempre hay un factor que limita el incremento del rendimiento, y ese factor puede ser superado mediante un insumo externo apropiado. Una vez que se ha superado la barrera del primer factor limitante --deficiencia de nitrógeno, por ejemplo, para lo cual se considera a la urea como el insumo apropiado-- los rendimientos pueden volver a elevarse hasta que otro factor --supongamos una plaga-- se vuelve limitante. Ese factor entonces requiere de otro insumo --plaguicida, en este caso-- y así sucesivamente, perpetuando un procedimiento que alivia síntomas en lugar de atender a las causas reales del desbalance ecológico que causo la deficiencia (Rosset y Altieri 1997). El resultado del enfoque del factor limitante es inevitablemente que, a medida que un agricultor “resuelve” un problema, él o ella es confrontado(a) por otro problema “inesperado”. Si los agricultores utilizan urea para solucionar el problema del nitrógeno como factor limitante, por ejemplo, tarde o temprano este se enfrentará a un brote de plagas de insectos chupadores, cuyos números aumentan dramáticamente a medida que aumenta la disponibilidad de nitrógeno soluble en la sabia de las plantas de las cuales se alimentan (Altieri y Nicholls 2003). El manejo de sustitución de insumos ignora el hecho de que el factor limitante (una plaga, una deficiencia nutricional, etc.) no es más que un síntoma de que un proceso ecológico no funciona correctamente y que la adición de lo que falta hace poco por optimizar el proceso irregular (falla en ciclo del N y los mecanismos de reciclaje). Es claro que la sustitución de insumos ha perdido su potencial agroecológico pues no va a la raíz del problema sino al síntoma (Rosset y Altieri 1997). Mantener la dependencia de los agricultores en un método de substitución de insumos, hace poco para llevar a los agricultores hacia una modernización productiva agroecológica que los alejaría de la dependencia de insumos externos. El rediseño predial por el contrario intenta transformar la estructura y función del agroecosistema al promover diseños diversificados que optimizan los procesos claves. La agroecología va más allá del uso de insumos alternativos para desarrollar agroecosistemas integrales con una dependencia mínima de los insumos externos. El énfasis está en el diseño de sistemas agrícolas complejos, en los que las interacciones ecológicas y la sinergia entre los componentes biológicos reemplazan a los insumos para proporcionar los mecanismos necesarios para el mantenimiento de la fertilidad del suelo, la productividad y la protección de los cultivos (Altieri 1995). La promoción de la biodiversidad en agroecosistemas es la estrategia clave en el re-diseño predial ya que la investigación ha demostrado que (Altieri 2002):
· Una mayor diversidad en el sistema agrícola conlleva a una mayor diversidad de biota asociada
· La biodiversidad asegura una mejor polinización y una mayor regulación de plagas, enfermedades y malezas, así como otros servicios ecosistémicos
· La biodiversidad mejora el reciclaje de nutrientes y energía
· Sistemas complejos y multiespecíficos tienden a tener mayor productividad total y son mas resilientes a la variabilidad ambiental

La agricultura campesina/familiar 
En Latinoamérica, aproximadamente 17 millones de campesinos con sus unidades productivas ocupan cerca de 60.5 millones de hectáreas, lo cual corresponde al 34.5% del total de la tierra cultivada, con fincas cuya área promedio es de 1.8 hectáreas, producen 51% del maíz, 77% de fríjoles, y 61% de las papas para el consumo doméstico (De Grandi 1996). África tiene aproximadamente 33 millones de pequeñas fincas, las cuales representan el 80% de todas las fincas de la región. A pesar del hecho que África importa ahora enormes cantidades de cereales, la mayoría de los agricultores africanos (muchos de ellos mujeres) poseen fincas de menos de 2 hectáreas, produciendo una cantidad significativa de productos agrícolas básicos prescindiendo en gran medida del uso de fertilizantes y semillas mejoradas (Asenso-Okyere y Benneh 1997). En Asia, más de 200 millones de agricultores son pequeños productores de arroz, cuyas fincas de no más de 2 hectáreas producen la mayor parte del arroz (Hanks 1992). Pequeños incrementos en los rendimientos de estos pequeños agricultores que producen gran parte de los cultivos básicos a nivel mundial, tendrán un mayor impacto sobre la disponibilidad de alimentos a escala local y regional, que los dudosos incrementos predichos por corporaciones en grandes monocultivos manejados con agrotóxicos y con semillas genéticamente modificadas. Esto se debe a que las pequeñas fincas familiares son mucho más productivas que las grandes fincas, si se considera la producción total más que los rendimientos por producto. Los sistemas de fincas integrales en los cuales los agricultores a pequeña escala producen granos, frutas, vegetales, forraje, y productos de origen animal aportan rendimientos adicionales a aquellos que se producen en sistemas de monocultivo, a gran escala. Una finca grande puede producir más maíz por hectárea que una finca pequeña en la cual el maíz crece como parte de un policultivo que también incluya habas, calabaza, papa y forraje. La relación inversa entre el tamaño de la finca y producción total se puede atribuir al uso más eficiente de la tierra, del agua, de la biodiversidad y de otros recursos agrícolas por parte de los pequeños agricultores (Rosset 1999).

 Productividad, estabilidad y eficiencia de la agricultura campesina
 Una característica ecológica general de los minifundios es su grado de diversidad tanto a nivel de variedades y de especies que usualmente toma la forma de rotaciones, policultivos, agroforestería, integración animal, etc. La investigación agroecológica ha comprobado que los agricultores mantienen la diversidad como un seguro para enfrentar el cambio ambiental o las necesidades sociales y económicas futuras. De hecho, la riqueza varietal mejora la productividad y reduce la variabilidad de la producción (Uphoff 2002). Esta estrategia del campesino de diversificar, sembrando varias especies y variedades de cultivos, estabiliza los rendimientos en el largo plazo, promueve una dieta diversa y aumenta al máximo los retornos en condiciones de niveles bajos de tecnología y recursos limitados. Los policultivos producen más rendimiento en un área determinada, que lo que se obtiene de monocultivos ocupando la misma área. Los policultivos más tradicionales exhiben valores de uso de la tierra (técnicamente calculado como uso equivalente de la tierra) mayor de 1.5, lo que significa que en promedio se necesita 1,5 hectáreas de monocultivo para obtener la misma producción que una hectárea de policultivo. Además, la variabilidad del rendimiento de estas milpas de año a año es inferior a la variabilidad de los monocultivos correspondientes, lo que significa que son capaces de mantener una producción más o menos continua bajo condiciones ambientales marginales, hoy un aspecto clave frente a los extremos climáticos (Francis 1986). Al interplantar en la milpa los agricultores logran varios objetivos productivos y de conservación en forma simultánea. Por ejemplo, en la asociación maíz-frijol los agricultores toman ventaja de la habilidad del frijol de fijar nitrógeno y de enriquecer el suelo con materia orgánica, procesos de los cuales se beneficia el maíz que a su vez proporciona sombra y sirve de sostén al frijol de enredadera. Al agregar la calabaza, la cobertura del suelo se incrementa reduciendo la erosión del suelo y el crecimiento excesivo de las malezas. Además la milpa diversificada resulta en el incremento de oportunidades ambientales para los enemigos naturales de plagas insectiles, y consecuentemente, en el mejoramiento del control biológico de estas. Está bien documentado que en las milpas de maíz-frijol hay un incremento en la abundancia de artrópodos depredadores y parasitoides de plagas ocasionado por la expansión en la disponibilidad de presas alternativas, fuentes de polen, néctar y micro-hábitats, todos recursos importantes para atraer y retener insectos benéficos (Altieri y Nicholls 2007a) La diversidad genética que los campesinos logran en los campos sembrando una combinación de tres o más diferentes variedades ofrece un gran potencial para el control de los agentes patógenos. La sustitución de lo que serían plantas susceptibles en un monocultivo por una proporción de plantas resistentes, reduce la cantidad de tejido susceptible. Además, el movimiento de inóculo Modelos ecológicos y resilientes de producción agrícola para el Siglo XXI 33 del patógeno desde una planta susceptible a otra se ve obstaculizado por la presencia de plantas con genes resistentes así afectando su dispersión en el campo (Altieri 1995). En las zonas de temporal y en las laderas de Mesoamérica una hectárea de milpa (policultivo maíz-frijol) genera 4,230,000 calorías (2 t/ha de maíz- o 150-250 semillas por semilla plantada, mas o menos una tonelada de frijoles y calabaza) proveyendo suficientes calorías para una familia de 5-7 personas por año. A esto habría que agregar que de la milpa los campesinos cosechan en promedio 1,5 -2,5 t/ha de quelites que se utilizan para la alimentación humana y animal, sirviendo de fuente clave de nutrición en especial en épocas de sequia. En estos sistemas los campesinos obtienen retornos energéticos muy favorables cuando se calcula la razón entre la energía usada para la producción y la energía de lo cosechado. Cuando los sistemas dependen de la mano de obra familiar, la eficiencia es de 10:1 y cuando se usan animales la eficiencia cae a 5:1. De todas maneras los campesinos son mucho más eficientes en el uso de la energía que los maiceros modernos del “Midwest” americano donde consistentemente sus retornos son menores a 3 calorías por caloría invertida, un lujo que ya no se pueden dar dado los incrementos del precio del petróleo, energía de la cual dependen sus monocultivos (Altieri 1999). La resiliencia al cambio climático de los sistemas campesinos La mayoría de los modelos de cambio climático predicen que los daños serán compartidos de manera desigual por agricultores pequeños del tercer mundo, y particularmente por aquellos que dependen de las lluvias. El incremento en temperatura, sequía, precipitaciones fuertes, etc, podrían reducir la productividad hasta en un 50% en algunas regiones, especialmente en zonas secas (Rosenzweig y Hillel 2008). Los modelos existentes sin embargo, proporcionan en el mejor de los casos una aproximación muy cruda a los efectos esperados y ocultan la enorme variabilidad en estrategias internas de adaptación que exhiben muchos agricultores. Muchas de las comunidades rurales dominadas por agricultura tradicional, parecen arreglárselas pese fluctuaciones extremas del clima. De hecho muchos agricultores se adaptan e incluso se preparan para el cambio climático, minimizando las perdidas en las cosechas mediante el incremento en el uso de variedades locales tolerantes a la sequía, cosecha de agua, policultivos, agroforestería, colecta de plantas silvestres y una serie de otras técnicas (Altieri y Koohafkan 2008). El reconocimiento de que el cambio climático podría tener impactos y consecuencias negativas sobre la producción agrícola ha generado mucho interés para buscar maneras de incrementar la resiliencia de agroecosistemas. Interesantemente el método más racional y efectivo es la diversificación de estos. Como han demostrado los campesinos por milenios, la diversificación agrícola puede incrementar la resiliencia en agroecosistemas y proteger la producción de varias maneras, incluyendo la protección de cultivos de los efectos de eventos climáticos extremos y fluctuaciones en temperatura y precipitación. La mayoría de los estudios demuestran que la capacidad de los sistemas agroforestales de cacao, café y otros cultivos tienen una ventaja ya que poseen características de complejidad vegetal dada por su heterogeneidad multiestrato y los copiosos niveles de mantillo (materia orgánica) que protegen al suelo, aumentando su capacidad de resiliencia de estos sistemas al cambio climático. La resiliencia se define como la tendencia de un sistema a mantener su estructura organizacional y productividad después de una perturbación. Esta perturbación puede consistir en un estrés frecuente, acumulativo o impredecible. Así la resiliencia contiene dos propiedades: resistencia al shock y capacidad y velocidad de recuperación después del shock. Un agroecosistema resiliente sería capaz de producir alimentos aun después de sufrir los efectos de una sequia o una tormenta, o también de un incremento repentino de los precios del petróleo o de una escasez de insumos externos, etc. En Centro América, se observó que fincas diversas y con prácticas de conservación de suelos (mulch, barreras vivas o muertas, zanjas de escorrentía, etc) resistieron más el impacto del huracán Mitch en el año 1998 que las fincas manejadas bajo monocultivo (HoltGimenez 2001). Este estudio demostró que aunque los daños fueron significativos, las parcelas agroecológicas conservaron más capa fértil y vegetación que las convencionales. Además sufrieron menos erosión, derrumbes y pérdidas económicas. Cafetales y otros sistemas que exhibían mayor complejidad vegetacional sufrieron menor daño por derrumbes después del Huracán Stan que azoto la región del Sotonusco, Chiapas, México (Philpott et al. 2009). Ambos estudios demuestran la importancia de incrementar la diversidad y complejidad de plantas para reducir la susceptibilidad de sistemas agroforestales (SAFs) a algunos tipos de daños asociados con huracanes. Estos efectos protectores sin embargo pueden reducirse o anularse en sistemas con pendientes muy marcadas o que exhiban pendientes directamente expuestas a las tormentas. Algunos estudios sugieren que la presencia de arboles multiestrato en SAFs también pueden ser importante para disminuir o atenuar los efectos de sequias. En Indonesia, la presencia de un estrato arbóreo de Gliricidia fue clave para que los árboles de cacao resistieran mejor una sequía. Lin (2007) encontró que en agroecosistemas de café en Chiapas, México, la temperatura, humedad y las fluctuaciones de la radiación solar incrementaron significativamente a medida que el sombrío decrecía, así ella concluyó que la sombra estuvo relacionada directamente con la mitigación de la variabilidad en microclima y humedad del suelo para el cultivo del café. Claramente, la presencia de árboles en diseños de agroforestería constituye una estrategia clave para la mitigación de la variabilidad del microclima en sistemas de agricultura campesina minifundista. El uso de la diversificación puede entonces reducir significativamente la vulnerabilidad de agroecosistemas, el desafío es determinar los diseños y manejos agroecológicos que incrementen la diversidad y que sean fácilmente implementados por los agricultores. Dado los rasgos de resiliencia que exhiben muchos sistemas campesinos, muchos agroecólogos plantean la necesidad de re-evaluar la tecnología indígena y el conocimiento tradicional como fuente clave de información en estrategias adaptativas centradas en las capacidades selectivas, experimentales y resilientes de agricultores al enfrentar el cambio climático. Entender los rasgos agroecológicos y mecanismos de adaptación y resiliencia de los sistemas campesinos y tradicionales es esencial para diseñar una estrategia de desarrollo de agroecosistemas sostenibles en esta nueva era de variabilidad climática. Escalonando la propuesta agroecológica campesina 1. El caso de ANAP en Cuba Un estudio reciente de los impactos de la metodología campesino a campesino (CAC) adoptado por la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) desde 2001 documenta que hay más de 110,00 familias que participan en el proceso agroecológico, abarcando así más de un tercio de las familias campesina cubanas (Machin y otros 2010). En apenas un poco más de una década de trabajo el proceso horizontal de intercambio de experiencias, conocido como Campesino a Campesino (CAC), ha demostrado ser efectivo en la rápida generación, socialización y adopción de tecnologías agroecológicas. Debido a que la influencia del movimiento CAC alcanza a más familias que las que pertenecen a ANAP, se estima que diversas prácticas agroecológicas se utilizan entre el 46-72% del área campesina de la isla, sector que contribuye cada día más a la producción nacional de alimentos, produciendo más del 60% de las viandas, hortalizas, maíz, frijol, frutas y carne porcina. Evaluaciones realizadas en las provincias de Holguín y las Tunas después del Huracán Ike en 2008, revelaron que aunque afectadas, las fincas agroecológicas exhibieron niveles de daño de un 50% en contraste con 90-100% en los monocultivos. Asimismo se observó una recuperación productiva de un 80-90% en las fincas agroecológicas, la cual ya era evidente a los 40 días después del paso del huracán (Machin y otros 2010). Dadas las condiciones económicas y climatológicas adversas en Cuba el campesinado que se ha apoyado en las estrategias agroecológicas exhibe hoy los mayores índices de productividad y sustentabilidad en el país. La agroecología como la promueve el movimiento campesino a campesino demuestra ser la forma más eficiente, barata y estable de producir alimentos tanto por unidad de tierra como por trabajador. La estrategia agroecológica no depende de insumos externos costosos, ni petróleo, no daña al ambiente y resiste más a la sequia y a los huracanes. 2. La experiencia de MASIPAG en Filipinas MASIPAG es una organización que aglutina a 35,000 agricultores en tres regiones de Filipinas (Luzon, Visayas y Mindanao) y que usa una estrategia de desarrollo y diseminación de tecnologías orgánicas de base agroecológica centrada en la participación activa de los agricultores, similar al movimiento Campesino a Campesino (CAC) (Bachmann et al. 2009). Un estudio comparativo que abarcó a 840 agricultores agrupados en tres tipos: orgánicos (de base agroecológica), en transición y convencionales documenta que los agricultores orgánicos gozan de una mayor seguridad alimentaria ya que sus fincas son más diversas (produciendo 50% más especies de cultivos que los convencionales), tienen mayor fertilidad de suelos, menos erosión de suelos, y mayor tolerancia a plagas y enfermedades que las fincas convencionales. No hubo diferencias en rendimientos de arroz entre los tres grupos, sin embrago los ingresos netos de los productores orgánicos se han incrementado desde el año 2000 dado los menores costos de producción, en contraste a los convencionales cuyos ingresos netos son una y medio veces menores. Los agricultores orgánicos presentan balances de dinero positivos lo que significa que sus niveles de endeudamiento son menores que los convencionales. Esto también se reflejó en una mejor nutrición y salud de las familias que practican la agricultura orgánica. El estudio también concluyó que los sistemas diversificados, productivos y resilientes promovidos por la red MASIPAG maximiza la capacidad de adaptación de agricultores y comunidades cada vez más expuestas a tifones (typhoons), inundaciones y sequias. Reflexiones finales La agricultura mundial está en una encrucijada. La economía global impone demandas conflictivas sobre las 1,500 millones de hectáreas cultivadas. No sólo se le pide a la tierra agrícola que produzca suficientes alimentos para una población creciente, sino que también que produzca biocombustibles y que lo haga de una manera que sea ambientalmente sana, preservando la biodiversidad y disminuyendo la emisión de gases de Modelos ecológicos y resilientes de producción agrícola para el Siglo XXI 35 invernadero, mientras aun represente una actividad económicamente viable para todos los agricultores. Estas presiones están desencadenando una crisis del sistema alimentario que amenaza la seguridad alimentaria de millones de personas, y es el resultado directo del modelo industrial de agricultura, que no sólo es peligrosamente dependiente de hidrocarburos, sino que se ha transformado en la mayor fuerza antrópica modificante de la biosfera. Antes del fin de la primera década del siglo XXI, la humanidad está tomando conciencia rápidamente que el modelo industrial capitalista de agricultura dependiente de petróleo ya no funciona para suplir los alimentos necesarios. Los precios inflacionarios del petróleo inevitablemente incrementan los costos de producción y los precios de los alimentos han escalado a tal punto que con un dólar hoy se compra 30% menos alimentos que hace un año. Esta situación se agudiza rápidamente en la medida que la tierra agrí- cola se destina para biocombustibles y en la medida que el cambio climático disminuye los rendimientos vía sequías o inundaciones. Continuar con este sistema degradante, como lo promueve un sistema económico neoliberal, ecológicamente deshonesto al no reflejar las externalidades ambientales, no es una opción viable (Altieri 2009). El desafío inmediato para nuestra generación es transformar la agricultura industrial e iniciar una transición de los sistemas alimentarios para que no dependan del petróleo. La agroecología proporciona la base científica, técnica y metodológica para desarrollar un paradigma alternativo de desarrollo agrícola, uno que propicie formas de agricultura ecológica, sustentable, resiliente y socialmente justa. Rediseñar el sistema alimentario hacia formas más equitativas y viables para agricultores y consumidores requerirá cambios radicales en las fuerzas políticas y económicas que determinan que se produce, como, donde y para quien. El concepto de soberanía alimentaria, como lo promueve el movimiento mundial de pequeños agricultores, “La vía Campesina”, constituye la única alternativa para promover circuitos locales de producción-consumo, y acciones organizadas para lograr acceso a tierra, agua, agrobiodiversidad, etc., recursos claves que las comunidades rurales deben controlar para poder producir alimentos con métodos agroecológicos (Rosset 2006). Los sistemas de agricultura ecológica que no cuestionen la naturaleza del monocultivo y que dependan de los insumos externos, así como en costosos sellos de certificación extranjeros, o de sistemas de comercio justos destinados sólo a la agro-exportación, ofrecen muy poco a los pequeños agricultores al tornarlos dependientes de insumos externos y mercados extranjeros volátiles. Los mercados justos para los ricos del norte, además de presentar los mismos problemas de cualquier esquema de agro-exportación, no priorizan la soberanía alimentaria perpetuando la dependencia y el hambre. La agricultura orgánica debe trascender la sustitución de insumos y además de basarse en los principios de la agroecología, debe enfatizar los mercados locales y nacionales para potenciar su capacidad alimentaria, desligándose de su dependencia del comercio internacional que la hace susceptible al control de las multinacionales que dominan las esferas de la globalización. En este momento histórico, la agricultura campesina constituye el único testimonio de resiliencia de gran valor para la humanidad, no sólo porque es el único modelo que ha subsistido el paso de los siglos, sino porque ha permanecido a pesar de los cambios que barren por las áreas rurales de los países latinoamericanos y otros paí- ses pobres: Tratados de libre comercio (TLCs), importación de maíz, arroz, etc. (dumping desde USA o Europa), políticas gubernamentales neoliberales, introducción de nuevas tecnologías, pobreza, migración a ciudades y al Norte, etc. Muchos campesinos enfrentan estos cambios con resistencia e ingenuidad. Interesantemente, los que han sufrido menos los impactos de la globalización, son aquellos que menos se han ligado a los mercados, que rechazaron la tecnología de la Revolución Verde y que producen para la familia o sus localidades. Estos campesinos, denominados “pobres” o “marginales” son los que aún cultivan millones de hectáreas agrícolas con semillas nativas y tecnología tradicional ancestral en la forma de agroecosistemas policulturales, documentando una estrategia agrícola indígena exitosa que constituye un tributo a la “creatividad” de los agricultores tradicionales. La agricultura campesina diversificada ofrece un modelo ecológico prometedor ya que promueven la biodiversidad, prosperan sin agroquímicos y poca energía fósil y sostienen producciones todo el año. Los nuevos modelos de una agricultura ecológica, biodiversa, resiliente, sostenible y socialmente justa que la humanidad necesitará en el futuro cercano, deberán estar necesariamente arraigadas en la racionalidad ecológica de la agricultura tradicional campesina, que representa ejemplos duraderos de formas acertadas de agricultura local. Los casos resumidos de Cuba y Filipinas son sólo un pequeño ejemplo de las miles de experiencias exitosas de agricultura sostenible implementadas en un número sustancial de comunidades rurales. Los datos muestran que los sistemas agroecológicos, a través del tiempo, exhiben niveles más estables de producción total por unidad de área contribuyendo a la seguridad alimentaria de las familias; producen tasas de retorno económicamente favorables; proveen retornos a la mano de obra y otros insumos suficientes para una vida aceptable para los pequeños agricultores y sus familias; y aseguran la protección y conservación del suelo, al tiempo que mejoran la biodiversidad. Lo que es más importante, estas experiencias que ponen énfasis en la investigación agricultor-a agricultor y adoptan métodos de extensión popular, representan incontables demostraciones de ta- 36 Agroecología 6 lento, creatividad y capacidad científica en las comunidades rurales. Ello demuestra el hecho de que el recurso humano y su capacidad de innovación es la piedra angular de cualquier estrategia dirigida a incrementar las opciones para la población rural y especialmente para los agricultores de escasos recursos. El éxito depende, en gran medida, del mejoramiento de la capacidad humana para tomar decisiones, incrementar su nivel de pericia en manejar los recursos, adquirir información y evaluar los resultados.

Referencias 
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Ya hay un país que sólo permitirá la agricultura ecológica: Bután


Fuente: http://blogthinkbig.com/agricultura-ecologica-butan/










Ya hay un país que sólo permitirá la agricultura ecológica: Bután

En 2020 se convertirá en el primer país en aplicar por ley los métodos agronómicos, biológicos y mecánicos de la agricultura ecológica
La utilización óptima de los recursos naturales así como la eliminación de productos químicos de síntesis u organismos genéticamente modificados para el cultivo de productos orgánicos, aporta un valor añadido que realza la calidad nutritiva del producto bajo parámetros de sostenibilidad y respeto al medio ambiente. El incremento de la salud de los agrosistemas y la actividad biológica gracias a la práctica de la agricultura ecológica, ha llevado al ministerio de agricultura de Bután a exigir por ley el uso extensivo de este tipo de cultivos en todo el país.
Con cerca de 750.000 habitantes, Bután pasará a convertirse en el 2020 en elprimer país del mundo en prohibir el uso de materiales sintéticos tales comopesticidas y herbicidas para desempeñar cualquier función específica del sistema, con el fin de implantar por ley, de forma extensiva a todo tipo del cultivos del país, el uso de los métodos agronómicosbiológicos y mecánicos de la agricultura ecológica.
Recientes estudios corroboran que el uso de sustancias de síntesis química para el abono de la tierra o para combatir las plagas, repercute en la calidad de las frutas y verduras cultivadas ya que restan valor nutricional al producto, además de elevar los índices permisivos de nitratos en las aguas subterráneas que luego se extraen para el consumo mediante pozos. Por eso los agricultores butaneses emplearán únicamente abonos orgánicos naturales obtenidos mediante procedimientos sostenibles con el medio, principalmente de su ganadería.
agricultura ecológica
Esta medida pionera para el sector agrícola del país ha sido anunciada recientemente por el también agricultor y ministro de agricultura de Bután, Pema Gyamtsho, en la Cumbre de Desarrollos Sostenibles celebrada en Nueva Delhi a principios de mayo. Entre las medidas anunciadas en el plan de desarrollo agrícola de Gyamtsho está la voluntad de producir productos orgánicos ecológicos de alto valor nutricional para exportar y competir en calidad en el mercado chino e indio, dos de los grandes mercados competidores de Bután.
Para garantizar una alta producción de alimentos sin pesticidas ni herbicidas y a su vez garantizar la calidad biológica de los suelos de cultivo, desde el gobierno de Bután se va a incrementar las extensiones de tierras de regadío, así como la modernización de las infraestructuras para fomentar el cultivo de variedades defrutas y verduras autóctonas que son más resistentes a las plagas y climatología del país.
Cabe decir que la agricultura ecológica es un método de producción que además de incentivar lo ecológico, supone toda una filosofía que ofrece beneficios indirectos sobre la calidad de vida de sus practicantes. Por eso se pretende combatir los recientes problemas de sequía con métodos agronómicos sostenibles, así como desincentivar la emigración masiva del campo a la ciudad con la dinamización y desarrollo de un sector clave para Bután. Esperemos que este primer paso sea el comienzo de un profundo proceso de cambio extensible a otras economías del mundo que revalorice la calidad de la agricultura natural y autóctona, en contra del cultivo de laboratorio.

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