Desde el sábado vivimos (habitantes y adoptados de cariño) dos días de fuego. Una eternidad.
Tentada como estoy de narrar secuencias de gente tratando de salvar culos institucionales, gente regando hasta su alambrado, las mentiras de los medios, la cantidad de gente que no vino a ayudar (por no querer o por no saber que puede, que se necesita), la intencionalidad de todos y cada uno de los fuegos de estos dias...
Puedo, como ven, contarles lo que me conmueve o lo que me hunde en la ira. Yo elijo esta vez la belleza.
Y fue belleza ver gente entregarse a frenar el fuego sin preguntar de quién es la tierra.Gente que pasó dos días enteros sin rituales innecesarios como el sueño.
He visto rostros olvidarse de su propio nombre para salvar un molle, porque un molle es el monte, porque ellos son el monte, porque todos somos el monte.
Las mujeres dimos de comer y dimos agua, cargamos bidones y después también dimos a las brasas, con palas con baldes.
Los hombres subieron y bajaron lomas, quebradas, buscando y buscando un respiro y una oportunidad; esperando el fuego en algún lugar donde su pequeña humanidad tuviera su chance.
Aprendí de la templanza, esperando en la noche el fuego bajar hasta casi llegar a las casas, y esperarlo ahí, sabiendo que está cerca, porque ganarle al fuego en su terreno, era no apostar a nada. Dueños de esa casa, ofrecerme un mate y disculparse por no tener galletas, cuando se suponía que eramos los que ibamos a ayudar. Ahì se me acabaron las palabras.
Vi gente escucharse entre los gritos, vi gente mirarse en la oscuridad: entre el sonido de animales de monte adentro, en la noche de cenizas. Escucharse, mirarse, cuidarse.
Vos estás cansado, dejá que sigo yo... adonde vamos? quién conoce mejor esta zona?... qué hace falta?... EL FUEGO DE AQUÉL ALAMBRE NO PASA!!... y no pasó... contra todo pronóstico, contra el viento, de ese alambre (que no importaba de quién era), el fuego no pasó. Y el fuego se guardó el hambre de una casa que no hace dos meses estuvo de parto.
Bomberos, civiles, hombres, mujeres, padres, madres, amigos, gente que no necesitó categorías para mostrar la tierra y el metal de la que están hechos.
Gente que sabe mucho: que esto no termina, que vienen las lluvias y bajan las cenizas, que no habrá agua, que la tristeza es grande, que el monte va a volver, y habrá que esperarlo y pensarlo verde.
"Uno sólo es dueño de lo que defiende, asi, con el cuerpo", decían por ahi.
El monte y la tierra son suyos, nuestros.
Y también, y sobre todo, el monte es dueño de nosotros.
A pensarlo verde y vuelto.
Abrazos a todos.
Ceci Cargnelutti
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